Lo vemos todos los días en cualquier sitio, en la oficina, en casa, en la calle. Mucha gente, en lugar de hacer las cosas por la parte sencilla, que suele ser la más rápida, les gusta complicarlo hasta la saciedad.
En un atasco, por ejemplo, en lugar de ir ordenadamente, detrás del que te toca, vamos cambiándonos de carril todo el rato, sin darnos cuenta, de que ayudamos a que el atasco crezca y además, nosotros no avanzamos mucho más.
En casa, muchas veces, empezamos un proyecto, ya sea montar un mueble, diseñar una habitación, un jardín, lo que sea, y en lugar de pararnos a pensar, lo que hay que hacer y cómo hacerlo, nos lanzamos a montar la primera idea que se nos ocurra, lo que nos lleva a que cuando encontremos la forma óptima de hacerlo, la otra ya esté montada y además, no se podrá desmontar.
Y en el trabajo, cuántos proyectos tardan más de la cuenta, porque hacemos caso a terceros, que no suelen tener ni idea de lo que hay que hacer y cómo. Al final, lo único que se consigue es, hacer las cosas, como ellos dicen, pero para ello penalizamos, en exceso, el proyecto.
Sinceramente, creo que en la vida, debemos pararnos a pensar las cosas, antes de lanzarnos a hacer lo que sea y además, tenemos que tener claro, qué es lo que es prioritario y qué secundario, de manera que, al final, tengamos claro, qué hacer y cómo hacerlo. La reflexión, sin pasarse, es la mejor manera de hacer las cosas, sin ninguna duda.
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