La tecnología proporciona seguridad, excesiva en algunos casos, ya que, al final de todo, es el propio ser humano el que la gobierna. Lo hemos podido comprobar en el maldito accidente de avión de hace unos días. Para la seguridad del avión, la puerta de la cabina del avión, es controlada desde dentro, por el ser humano, salvo que queden inconscientes dentro, que se abre retardada con un código, si desde dentro se niegan a abrir, es imposible entrar. Y claro, si la responsabilidad última es del ser humano, es prácticamente imposible que algo sea seguro. De ahí, que siempre persigamos hacer, que se la tecnología la que controle todo. Ahora están muy de moda los coches autónomos, pero es difícil, sobre todo por la convivencia con los coches, conducidos por humanos.
En los aviones, quizá sea más sencillo, ya que pueden volar casi sin intervención humana, pero ¿hasta qué punto podemos dejar algo a una máquina? Es una pregunta complicada, ya que una máquina, tiene que ser programada, por lo que aquello que no tenga programado, simplemente no sabrá cómo actuar. Por eso es tan complicado, hacer máquinas sin ninguna intervención humana.
En el caso del accidente de avión, a toro pasado siempre es fácil hablar, se nos ocurre hacer que a la cabina sólo puedan acceder, aunque la puerta se bloquee desde dentro, por parte de los que deben estar dentro, haciendo identificaciones biométricas (iris, huellas dactilares,...), pero claro, nunca evitarás que, desde dentro, alguien bloquee la puerta con una barra y no se pueda abrir.
Sea como fuere, la seguridad nunca es sencilla y siempre, alguien, reventará cualquier sistema. Y esto ocurre, porque quien lo hace, es humano, por lo que piensa, y por lo tanto, podrá pensar en qué agujero se ha dejado, el que diseñó la seguridad y encontrarlo. Por eso, la seguridad, es tan compleja y muy complicada de hacer efectiva al cien por cien.
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