Cuando en un equipo de personas, se expone un problema y se quiere llegar a una solución óptima, aunque le duela al que tiene, o ha causado el problema, debe hacer caso a la mayoría.
Es cierto, que la mayoría puede equivocarse (no hay más que ver los resultados de las elecciones), pero lo que está claro, es que la mayoría, que normalmente no está influenciada (no así en el caso de las elecciones), puede aportar ideas que el que tiene el problema, sobre todo si hay algo personal por medio, no llegará nunca a considerar.
Y en el momento en que en el equipo, se toma una decisión, consensuada por todos, no hacerle caso, te llevará irremediablemente a tener un segundo problema, que con la opción de la mayoría, no habría tenido lugar. En ese momento es cuando, el causante del problema, por segunda vez, debería hacer una buena reflexión, volver al grupo con las orejas gachas, y pedir de nuevo ayuda, asegurando que hará, esta vez de verdad, lo que decida la mayoría.
Y es que, cuando uno piensa en una solución, las cosas pueden salir o no, pero si la piensan muchos, las probabilidades de que salgan, son mucho mayores, tantas veces, como personas estén pensando en la solución.
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